lunes, 29 de octubre de 2007

Nueva York ¿qué les das?, por Inocencio Arias.

Nueva York ¿qué les das?


Han pasado cuatro años desde el atroz atentado de las Torres Gemelas y, recuperada, la cinematográfica Nueva York está de nuevo pimpante. Recibe ya más visitantes que entonces, los hoteleros no se quejan, El fantasma de la Opera está ya a punto, en su casi decimoctava temporada, de superar el record en cartel de una obra en Hollywood y nuestro compatriota Santiago Calatrava va a iniciar la construcción del audaz edificio que sustituirá a las Gemelas. Realizadores de cine y televisión (Sexo en Nueva York, Amigos...) continúan fluyendo en tropel a filmarla.
Nueva York es un imán, para estadounidenses y extranjeros, lleno de sorpresas y contrastes. Hay gente que, por el estrés, el trasiego, la vitalidad, abandonan la ciudad, pero hay otros millones que acuden presurosos a reemplazarlos, atraídos por una tierra de promisión que ofrece todo. La urbe, aunque amistosa, tiene algo de jungla, es dura para el que fracasa, pero cuenta con la reputación de compensar con largueza el trabajo serio y el talento. Aunque hay mas paro que en la media del país, los empleados tiene sueldos marcadamente más elevados que los de otras ciudades. Concentra una inmensa riqueza, los propietarios de los espléndidos edificios de Park o la Quinta, que cuelgan en su comedor picassos o matisses, pueden pagar de gastos de comunidad cinco o seis mil euros mensuales. En barrios cercanos, sin embargo, hay hasta un millón de apartamentos con renta asequible y limitada. Pronunciadamente anti Bush, la prolongada eclosión de banderas nacionales después del atentado empequeñeció la de otras ciudades.
Vista desde fuera como la quintaesencia de lo yanqui, es la aglomeración más cosmopolita del país. El 35% de sus ocho millones de habitantes han nacido en el extranjero y su mosaico interminable de idiomas, indumentarias y gastronomías constituye todo un mundo.
Los visitantes acuden a la Gran Manzana empujados por diversas razones. Tiene, desde hace años, una respetable cota de seguridad. Es una ciudad de fácil orientación. Las calles, numeradas, van de Este a Oeste, las avenidas de Norte a Sur. Solventado el alojamiento, te puedes bandear económicamente, las posibilidades de entretenimiento son ilimitadas, 18 restaurantes con todas las cocinas, una quincena de musicales espectaculares, buen teatro, una bastísima oferta cultural con una pléyade de riquísimos museos. Metropolitan, MOMA, Guggenheim, Frick Collection, Hispanic Society, etcétera. La gente es amable, las posibilidades de que una persona te ladre cuando inquieres algo son mucho más reducidas que, por ejemplo, en París, y para los hispanoparlantes es comprensible, pues uno de cada cuatro neoyorkinos habla o entiende nuestra lengua. Por último, detalle capital, es una belleza.
Todos tenemos, aún sin viajar, imágenes de Nueva York en la cabeza. Hemos visto el Empire State cuando Deborah Kerr en aquel melodrama gustoso le musitaba a Gary Grant "es la cosa más cercana al cielo que tenemos en Nueva York". Recordamos el perfil de la ciudad que nos restregó hermosamente por los ojos Woody Allen en su premiada Manhattan. Mas, cuando estamos de verdad en Nueva York, bajo el puente de Brooklyn, en la plataforma junto al River Café, y ese perfil se va encendiendo al caer la tarde, nos percatamos de que no lo habíamos visto. La visión, en su espectacularidad, en su nitidez, en su serenidad es única y rotundamente insólita.
El turista debería plantarse en la primera con 44 y, después de echar un vistazo al edificio de Naciones Unidas, adentrase despacio en la 42, una artesanía impactante donde está el Chrysler. El cine tiene edificios mimados como el Empire state que ha dominado Manhattan durante 50 años ("la belleza mató a la bestia" dice el policía de King Kong), pero a mí el Chrysler, dorándolo el sol al caer la tarde o muy de mañana me apabulla. Es total. Siguiendo despacio por la 42, podemos entrar en Grand Central station, en cuyo sobrecogedor vestíbulo hemos visto tropecientos encuentros y desencuentros amorosos en el cine. Continuaría hacia la Quinta para topar con la imponente Public Library (sí, las de los Cazafantasmas), que, como la New York University, la más popular del país, son costeadas por fondos privados. Torcería a la derecha en la Quinta y, a la altura de la 50, con la espalda junto al famoso Sacks, hay que respirar contemplando enfrente Rockefeller Center.
Cerquita, en la 59, pegado al plaza y próximo al escaparate al que se asomaba Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, se despliega Central Park. Enorme, 51 manzanas, cuatro kilómetros de longitud, es un conjunto de colinas onduladas en las que te apetece retozar, prados apacibles, estanques, puentes y placetas coquetas, miles de árboles, preciosos senderos etcétera. El turista lo escruta a la carrera, y para el que vive en Manhattan puede ser una droga, inapreciable e inagotable.
No olvidemos las compras. Apoteosis del consumo, en la Gran Manzana se encuentra todo lo que existe bajo el sol. Con precios disparatadamente diversos para el mismo producto. Saber dónde comprar es otro secreto de la constante y sorprendente capital de la tierra.

Inocencio Arias, cónsul de Los Ángeles y ex-embajador de España en la ONU.
Imagenes: Guiarte

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